22 de Marzo de 2020. 4º de Cuaresma. Jn 9, 1.6-9.13-17.34-38
Este domingo nos cuenta el evangelio la curación de un ciego de nacimiento. Los apóstoles le preguntan a Jesús si la ceguera es por algún pecado cometido por él o por sus padres (creencia de aquellos tiempos). Más, tarde los escribas y fariseos, se enfrentan al ciego y no quieren reconocer la acción de Dios.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”
En nuestra vida hay momentos en los que podemos estar faltos de luz, en tinieblas: dudas, desorientación, búsqueda, confusión de ideas. Estamos como ciegos en muchas situaciones, y esa ceguera no es precisamente la ceguera física. Es ceguera moral, que es la peor porque no nos deja ver, e incluso pretende que los demás “vean” como nosotros. Encerrados a cal y canto en nuestra postura. Aferrados a criterios que no nos dejan crecer. A esta clase de ceguera es casi imposible curarla. Necesita de una gran dosis de humildad, de apertura de mente y corazón, que nos proporcione una visión nueva.
Esta visión nueva es la que nos ofrece Jesús, Luz del mundo: vivir en el amor, en la justicia, en la verdad. Tratamos de ocultar nuestras malas acciones, que no salgan a la luz. Lo malo lo hacemos a escondidas. Jesús es la luz que nos ilumina, y nos pide que también nuestra vida sea luz para los demás: “vosotros sois la luz del mundo”. Luz para iluminar, para dar sentido a la propia vida.
Estamos pasando por momentos difíciles con la epidemia del coronavirus. Y en estas circunstancias hay muchas personas que se han volcado con los demás, que entregan su tiempo y hasta sus vidas por echar una mano. Otros son capaces de reconocer la valía de lo que hacen. Hoy Dios nos sigue hablando a través de ellos.
¿Soy capaz de reconocerlo?
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf