19 de mayo 2019. (5º T P C)
Aunque estamos en Pascua de Resurrección, y bastante avanzada, el evangelio de esta semana, según san Juan, nos sitúa en un ambiente de despedida de Jesús y sus discípulos. En un momento de la última cena, cuando Judas, el traidor, ya ha salido del cenáculo. Jesús siente que ha llegado su hora, la hora de glorificar al Padre, de cumplir su voluntad, de hacer su entrega total, y se dirige a sus amigos en un momento de profunda intimidad. Les hace sus últimas recomendaciones. Se confía a los suyos, les abre el corazón y les dice: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros”.
En el Antiguo Testamento, en la Ley de Moisés, se mandaba amar al prójimo como a uno mismo. Pero Jesús, buen conocedor del corazón humano y de su fragilidad, parece que intuye que el amor a uno mismo puede llevar un componente de egoísmo, que hay personas que no han entendido bien lo de amar a los otros como a uno mismo, porque lo entienden dese la propia comodidad, desde los propios gustos o intereses, desde lo que creo que me conviene… Incluso, ese amor a uno mismo, puede dejar mucho que desear al no tener cuidado del propio cuerpo o hasta maltratarlo con conductas inadecuadas.
El amor que quiere Jesús que vivamos es distinto. Él nos dice: “amaos como yo os he amado”. Sin reservas egoístas, con una entrega total, hasta la muerte en cruz. Un amor que es donación de sí mismo. “En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis como yo os he amado”. Solo teniendo estos mismos sentimientos de Jesús, podemos hacer que se cumplan las palabras del Apocalipsis (segunda lectura): “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado”. Es la nueva vida que espera a los que luchan por seguir al Resucitado.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf