
05 de Julio de 2020. XIV Domingo Tiempo Ordinario Mt 11, 25-30
¡Qué oración más bonita hace hoy Jesús, y cómo llena de esperanza! “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.
Ni a sabios, ni a entendidos, ni a teólogos complicados, en definitiva, a los que “se lo creen”, los “enterados”, los “poseídos de sí mismos”, y que no necesitan a nadie. Dios se manifiesta solo a los que se acercan a él con un corazón sencillo y humilde. El que sabe que necesita de Dios, aunque sea un intelectual pero no un sabiondo, ese es el que llega a descubrir “estas cosas”, porque está en sintonía con Jesús, que tiene un corazón humilde, sencillo, comprensivo, acogedor, tolerante, cercano al que sufre cualquier mal…
Y, además de anunciar el perdón y la salvación, se indigna y denuncia las injusticias y todo lo que va contra el bien, hasta llegar a coger el látigo para echar a los vendedores del Templo. Es humilde y sencillo, pero el camino que nos enseña es recio y complicado, y requiere esfuerzos que cansan. Entonces nos dice: “Venid a mí, que yo os aliviaré”.
La humildad y sencillez requieren de la oración, del contacto con Jesús, para poder seguir en su camino. Si pretendemos hacerlo solos, es que empezamos a considerarnos auto suficientes, nos volvemos “sabios y entendidos”. Entonces Dios se nos oculta.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf
