14 de julio de 2019 (15º T O ciclo C)
La palabra de Dios de este domingo nos recuerda una de las parábolas salidas del corazón de Jesús para “retratar” las actitudes de muchos, que, al igual que quien le preguntaba, “se creen justos”. La parábola del buen samaritano.
Un letrado (conocedor de la Ley de Moisés), pregunta a Jesús para ponerlo a prueba, “cómo llegar a alcanzar la vida eterna”. Jesús le responde con algo que él ya sabe: “el amor a Dios y al prójimo”. Y de aquí, una nueva pregunta: ¿quién es mi prójimo? Jesús le responde con la parábola: un judío asaltado, apaleado, maltratado y abandonado. Un sacerdote y un levita, personas “oficialmente buenas”, compatriotas del maltratado, al verlo pasan de largo. En cambio un samaritano, extranjero, se apiada, lo cuida, paga los gastos. Se acerca, se compadece. Se preocupa por él.
Ante estos personajes, ¿en cuál de ellos se refleja mejor mi actitud?¿En los que pasan de largo o en el que se detiene y lo cuida? Preocupados por nuestras propias cosas, es fácil que no caigamos en la cuenta de las muchas necesidades que hay en nuestro ambiente: enfermos, ancianos, pobres, personas que viven en la calle… Personas que necesitan algo más que unas monedas: una palabra amiga, una mano, un poco de nuestro tiempo.
Nos resulta más cómodo seguir nuestro camino, y seguro que encontramos justificaciones oportunas, pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que estamos pasando de largo. Nos falta el amor al prójimo que nos muestra el buen samaritano.
Jesús siempre se paró y atendió a los pobres, a los enfermos, a los necesitados. Hoy nos dice a nosotros: “anda y haz tú lo mismo”. Cuando llegue el momento nos dirá: “tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis…”.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf