Lc 12, 13-21 – XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
La riqueza, las posesiones, los bienes materiales… cuánto bien podrían hacer… pero cuánto daño suelen provocar.
Por que, en sí mismas -todos los sabemos- las «cosas» no son malas. Pero los seres humanos solemos tener el «defectillo» de dejarnos apoderar por ellas. Y cuánto más tenemos… más posibilidades de ese sometimiento. Y cuando uno vive así, sometido, todo se convierte en un dar culto a lo que se sirve («no podéis servir a dos señores…» dice Jesús en otro pasaje del Evangelio). Y de ahí la consecuencia normal de querer conservar o ampliar esas riquezas incluso a costa de otras realidades que son más nobles o beneficiosas.
Por eso Jesús hoy te anima a plantearte si, frente a esa riqueza, estás siendo verdaderamente rico ante Dios, que es lo que importa. ¿Qué qué siginfica ser «rico ante Dios»? Tampoco es difícil de entender. Ser rico delante de Dios es «tener mucho» de lo que a Él le gusta. Es decir, rico de fraternidad, de compartir, de solidaridad, de obras de misericordia, de búsqueda de justicia, de defensa de la verdad, de opción por los más frágiles, débiles… de amor del bueno. Y tú -y yo-, ¿tenemos mucho de eso? Si no esa así, no está mal que escuchemos de Jesús un palabro que debería, cuanto menos, hacernos pupa y ayudarnos a recapacitar: «Necio».
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf