Lc 11, 1-13. XVII del Tiempo Ordinario
La presencia de Dios en nuestra vida siempre es para bien ¡Ay si no lo vivimos así! Y es que, a menudo, nuestra fe se ve sometida a la tentación de la no-fe, de la incredulidad, de la falta de confianza. En cuanto algo no nos sale como nos gustaría o como lo preveíamos; en cuanto nos parece que Dios no está escuchando nuestra plegaria; en cuanto se presentan piedras en el camino… Aparece la duda, la eterna pregunta sobre su existencia, sobre su intervención en la historia y en la vida. Por eso, el Evangelio de este domingo, nos hace mucho bien al recordarnos Jesús que, su Padre, siempre es Padre bueno, que escucha nuestras necesidades, las profundas, las auténticas, las de verdad… y les da la mejor de las respuestas: su presencia -su Espíritu- en medio de ellas. Porque con Él en medio, con su Espíritu… todo es mejor. Toda pasión y toda muerte es suceptible de convertirse en Pascua. Por eso, si estás sintiendo el fracaso, la injusticia, el desconcierto, el dolor, la soledad, la incomprensión, el rechazo, el cansancio, la enfermedad, la ruptura, la oscuridad… agradece al discípulo que preguntó al Señor cómo orar y este le contestó con la oración del Padre Nuestro, la que nos invita cada día a decir «hágase tu Voluntad». Es lo que mejor que te puede pasar.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf